
Aunque sigue vigente la popular idea de que el hombre trabaja como mula para satisfacer las necesidades del hombre, no es necesario ser un erudito para darse cuenta del cambio en esta tendencia. Cada día son más las mujeres exitosas y con independencia financiera que despiertan recelos en los machos más ortodoxos.
Y es clara una cosa en la historia de la humanidad. La mujer, aunque a las feministas les pueda pesar, se desvive por el hombre y es una consecuencia evolutiva e histórica. En los genes está la sobreprotección materna y en la historia el maltrato salvaje al que han sido expuestas para que obedezcan los preceptos del hombre. Es una malintencionada jugarreta del destino. La mujer antigua ha sacrificado su vida en pos del hombre. Y actualmente ha caído en las garras de este hecho a través del amor.
Una de las historias que más injustamente desprestigia a la mujer fue la acaecida en el Paraíso hace milenios (según los cristianos). Una serpiente enredada en un árbol le habla súbitamente a Eva diciéndole: “Conque Dios te ha dicho que no te comas esta manzana (o papaya, melón, albaricoque, los textos no especifican) porque no te conviene. No ves como se ve de buena, comete una bobita, que nada te va a pasar”. Aquí la serpiente actúa como jíbara o amiguita incitadora de consumo de éxtasis. La mujer, con ese gran amor y nobleza que la ha caracterizado, piensa en su marido Adán, en cómo le encanta comer y probar cosas nuevas. Se enceguece tanto con la idea de verlo feliz, que se olvida por completo de la agarrada que se le viene con el Altísimo y decide tomar uno de esos apreciados albaricoques del bien y el mal. Ni siquiera piensa en ella; le da un mordizco porque ya conoce los gustos de él y se lo lleva: “Mi amorcito, Adancito querido, te traje esta cosita pa que la probaras, yo sé que te va a gustar”, “A ver mija…ah, esto está muy bueno y yo conociéndome toda esta finca ¿por qué no había probado de esto?”. Le responde Eva con solemnidad “Esa es la fruta a la que vos le pusiste un nombre raro pa que ni nos acercarámos”; “No me digas Eva que vos cogiste el albaricoque del bien y el mal, que vos sabes que el Altísimo que nos arrendó el condominio nos obligó a firmar la claúsula de permanencia, y ese árbol Él lo adora”. Ya conocemos el resto de la historia. Yo particularmente saldría corriendo donde una culebra se me acerque y para colmo de males, me hable. Eva hizo todo lo contrario.
Esta es la hermosa metáfora de lo que sucede a diario con las mujeres, que se entregan en cuerpo y alma para robarnos sonrisas y regalar satisfacciones (guiño) de todo tipo. La mujer con quien hoy comparto mi vida se pregunta constantemente cuando ve las noticias ¿por qué las viejas son tan estúpidas de dejarse pegar y después decirle al juez que perdonen al agresor?. Yo también me lo pregunto. La respuesta podría radicar en ese amor incondicional que se ha vuelto enfermizo, una rara dependencia a la presencia orientadora de un hombre sin importar lo salvaje de su condición. Lo que me alegra la vida, es que cada día se avizora un panorama de mujeres independientes que no necesitan guía, que se preocupan por establecer un concepto valioso de sí mismas y luchar de manera férrea por lo que desean. A todas las mujeres, a las que sufren y a las que luchan, mi homenaje. Pueda ser que las que sufran, superen los obstáculos mentales y sociales que las coartan.
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